miércoles, 6 de abril de 2011

Treinta y nueve.

El domingo, después de llegar a Nueva York, me quedé junto a Daniel en el hotel descansando. El lunes se presentaba agotador.
El primer día de la semana, amaneció bastante soleado. Abrí las cortinas de mi habitación, a la vez que tocaban a la puerta. Cuando fui a abrir, vi que era Daniel con el desayuno. Como siempre, sonreía.
-Buenos días, preciosa. ¿Qué tal has pasado la noche?
-Buenos días. Bien, la he pasado bien. ¿y tú qué tal?.
-Bien, también. Mejor si la hubiese pasado contigo.
-Danny...- me sonrojé levemente cuando dijo eso.
Me cogió por la cintura, sonrió y hablóde nuevo:
-Venga, no seas tonta. Estaba hablando en broma.
-Ya, ya... ¿Desayunamos o no?
-Si, claro- contestó y nos sentamos a la mesa a desayunar.
No paró de reir y de hablar sobre todo lo pasado el viernes en Londres. Yo lo miraba embobada. Parecía otro. Contesté a todo lo que decía sin prestar atención a lo que le decía. Después de desayunar, me duché y, sobre la una y media, almorcé con Daniel, Charlie y Marylin, los cuales habían viajado a Nueva York para el estreno de la película. Al terminar de almorzar, Marylin y yo subimos a mi habitación a vestirnos para el estreno. Me ayudó a peinarme y a vestirme. En esta ocasión, me puse una falda negra con camisa blanca y zapatos de tacón negros. Marylin me ayudó a alisarme el pelo y a ponerme una pinzas en él.
Una vez que terminamos de vestirnos, bajamos al vestíbulo para encontrarnos con Charlie y Daniel. Luego nos subimos al coche y nos dirigimos al lugar del estreno.
En aquel lugar, había mucha más gente que en el estreno de Londres. En esta ocasión estaba más tranquila. Todo iba a salir bien...



Al cabo de tres horas, volví al hotel junto a Daniel. Cenamos en el restaurante y luego subimos a las habitaciones. En el ascensor, me quité los zapatos. Volvía a tener los pies molidos.
Daniel entró en mi habitación. Me dolía un poco la cabeza y no me apetecía quedarme sola.
Entré en el baño para cambiarme de ropa y, varios minutos después, salí.
-¿Puede ir a mi habitación a ponerme el pijama?
-¿Y desde cuando duermes con pijama?- le pregunté mientras me metía en la cama.
-¿A ti no te dolía la cabeza?- preguntó con una sonrisa bastante amplia.
-Claro que sí. Venga, Danny quedáte.
-¡Uy! Después no me digas que soy el que quiere que te quedes siempre.
-Sólo te estoy diciendo que te quedes un rato porque me duele la cabeza, nada más.
-Ya- rió.- Entonces, ¿puedo ir a mi habitación a ponerme el pijama?
-Si, claro. Ve, no vaya a ser que te pase algo- bromeé.
Empezó a reírse y se levantó de la cama.
-Dame diez minutos y vuelvo, ¿vale?
Asentí y él salió de la habitación. Yo salí de la cama y encendí la televisión. Encontré una película y me puse a verla mientras Daniel volvía.

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