lunes, 23 de mayo de 2011

Cincuenta y siete.

El sábado llegó y con él, el día de mi boda.
Abrí los ojos de golpe, creyendo que me había quedado dormida. Miré el despertador y vi que eran las seis de la mañana. No pude volver a conciliar el sueño, así que cogí un libro y me puse a leer un poco. Sobre las siete y quince, me fui a duchar. Parece que eL agua caliente, logró tranquilizarme un poco. Cuando salí del baño, nadie se había levantado aún, así que bajé a la cocina y me puse a preparar el desayuno para todos.
Mamá apareció en la cocina a las ocho y media.
-Buenos días, Mary, ¿cómo estás?.
-Buenos días, mamá. Bien, algo nerviosa, pero bien. Seguro que esto es normal, ¿no?-contesté.
-Si, es normal que estés nerviosa. ¿A qué hora viene la peluquera?- preguntó mientras se servia el café.
-Ana me dijo que a las tres. Ella estará antes aquí, dijo que quería estar todo el tiempo conmigo.
-Esa niña no cambia ni siendo famosa- dijo mi madre bebiendose el café.
Me reí. Mamá tenía razón: mi amiga no había cambiado nada desde que era famosa. Aunque si decía la verdad, lo prefería así.

Ana llegó cinco minutos antes que lo hiciera la peluquera. Traía, en una bolsa para trajes, su vestido. Lo dejó en mi habitación, junto a mi vestido de novia. Me pilló mandandole un mensaje de texto a Daniel. Me quitó el móvil y empezó a decir:
-¡Estás loca!. Danny no puede hablar contigo hasta que os caseís.
-Devuelveme el móvil, Ana. No pasa nada porque le envie un mensaje.
-No- contestó y sonó el timbre de la puerta- ¿Ves?. Ya está aquí Paola.
-Cuando acabe todo esto, te mato.
Me sacó la lengua y fue a abrir la puerta. Ya conocía a Paola, pues había sido compañera de clase en el instituto. Me peinó y maquilló en mi habitación. Luego, hizo lo mismo con Ana y con mamá.
Mi amiga terminó la primera, así que me ayudó a vestirme.
-¡Estás preciosa!- exclamó subiendome la cremallera del vestido.
-No es para tanto- dije sonriendo.
Tocaron a la puerta. Se abrió y apareció tía Carolina, junto a mi madre y Sue.
-¡Que guapa!. Pareces una princesa, sobrina. Cuando Dan te vea, se va a poner muy contento.
Me sonrojé un poco.
-¿Qué hora es?- pregunté.
-Las seis y diez- contestó mamá.
-¿Ya?- contestó yo y luego añadí, algo nerviosa- La boda es a las siete.
-Tranquila, todo va bien. Vamos a bajar, abajo están Lucas, Richard, Troy y tu padre. Todos querrán verte- dijo tía Carolina.
Bajamos y papá me dijo, algo emocionado.
-¡Que bonita estás, hija!.
-Cualquiera diría que eres la misma de siempre. Estás preciosa- dijo tío Richard.
Me abracé a mi padre y luego, a mi tío. Ana bajó las escaleras al trote, no sé como no se cayó por ellas con los tacones que llevaba. Tenía el móvil en la mano, así que supuse que Michael estaba en la puerta de casa. Salió y, en menos de dos minutos, entró de nuevo con su novio. Éste me sonrió.
-A ver, vamos a organizarnos. Sue, Troy, Carol, Michael y Richard, iran en el coche de éste. Lucas, Ana, Mariola y Mary, en el mío, ¿de acuerdo?-dijo papá.
Mis tíos y mis primos se marcharon junto con Michael. Miré a mi amiga y ésta me sonrió. Fue a la cocina y me trajo mi ramo de flores, mientras yo miraba la hora en el reloj del salón. Marcaban las siete menos veinte minutos. Los nervios, se volvieron a posar en mi estomago. Respiré hondo y papá dijo:
-Bueno, llegó la hora de irse.
Mamá abrió la puerta y Lucas, salió corriendo hacia el coche. Salió Anay, detrás de ella, yo. Mi padre salió de casa y cerró la puerta. Mamá y Ana me ayudaron a subir al coche y a ponerme bien el vestido dentro de éste. Después, subieron ellas y salimos hacía la iglesia.
Ya quedaba menos para convertirme en la esposa de Daniel.

viernes, 20 de mayo de 2011

Cincuenta y seis.

Cuando me quise dar cuenta, el curso ya había terminado. Era día veintidos de junio, lo que significaba que sólo quedaban dieciocho días para la boda. Desde el día uno de éste mes, tachaba los días para saber cuantos quedaban.
Ya lo tenía todo preparado, mi vestido estaba a punto y las invitaciones, enviadas. Iban a asistir a mi boda unos cuatrocientos invitados.
El último día del mes, Daniel me llamó para confirmar que estaría aquí el siete de julio. Vendría con sus padres y se quedarían, como era de esperar, en un lujoso hotel de Sevilla capital. Estaría todo el día conmigo, pero para dormir, se marcharían a la capital.
Las clases me permitían estar algo calmada y entretenida. Pero, cuando empecé a no tener nada que hacer, y eso fue a partir del uno de julio, los nervios se apoderaron de mí.
Tía Carolina, quien había venido con sus dos hijos, y mi madre, trataban de tranquilizarme, pero era en vano. Cada día que pasaba, mis nervios crecían. Andaba de un lugar para otro de la casa, no me mantenía sentada más de treinta minutos... Incluso creía que me iba a volver loca.
-¿Quieres tranquilizarte de una vez, Mary?. Mañana llegan Daid, Kate, Richard y Danny, y no querrás que te vean en ese estado de nervios, ¿verdad?- dijo tía Carolina mientras mamá y ella preparaban la cena.
-No, claro que no. Pero no puedo evitarlo. Esto puede conmigo, tía- dije sentandome en una silla.
-Tomate esto- dijo mamá dandome un vaso con una infusión de tila.
Me tomé la infusión y parece que logró tranquilizarme un poco. En estos últimos siete días ya me había tomado unas veinte tilas y sólo quedaban cuatro días para la boda, así que todavía me tenía que tomar alguna más.
Al acostarme, estaba un poco más tranquila. El pensar que al día siguiente vería a Daniel, me ayudó a estar de ese modo. Esperaba no estar muy nerviosa en cuanto lo viese.

Cuando me desperté, sentí que alguien estaba sentado en mi cama. Como estaba todo oscuro, no podía ver quien era:
-Buenos días, princesa. ¿Qué tal has pasado la noche?
-¿Danny?- pregunté algo confundida:-¿Qué haces aquí?
-He llegado hace un rato. Tu madre me dijo que aún estabas dormiendo y he subido.
-¿Qué hora es?- pregunté incorporandome en la cama.
-Las once de la mañana- contestó y abrió la ventana.
La mañana estaba bastante soleada, como era lógico en estas fechas. El sol inundó toda mi habitación, llenandola de luz. Me levanté y fui un momento al baño antes de volver a mi habitación. Daniel me esperaba sonriendo, como era su costumbre. Me quedé en el umbral de mi puerta, mirandolo. No me podía creer que en tres días sería su esposa. Se acercó a mí y me cogió de la mano. Con su otra mano, me acarició la mejilla y me besó. Volvió a sonreír.
Bajé a desayunar con él y descubrí en la cocina a sus padres hablando con los míos. Miré a mi novio y le susurré:
-¿Tus padres saben hablar español?
-Mamá sabe español, frances e italiano, y papá, español, frances, italiano, alemán y sueco- contestó.
Miré asombrada a David y a Kate. Ésta se levantó y exclamó, en su lengua natal:
-¡Oh, Mary! Que alegría verte.
-Lo mismo digo.
-Siento que Dan te haya despertado- se disculpó David.
-No te preocupes- dije y sonreí.
Me senté, pero antes vertí un poco de leche en un vaso con un poco de azúcar y cacao. No la calenté en el microondas, pues en verano prefería la leche fría.
Después, fui a ducharme y más tarde, fui con mi madre y Kate a por los zapatos de mi vestido. Éste lo recogería un día antes de la boda. Luego me reuniría con Daniel para ir a comer a un restaurante.
No sabía muy bien por qué, pero estando junto a él me sentía mucho más tranquila. Era como si radiara tranquilidad.
Esperaba estar así de tranquila el día de la boda.

miércoles, 18 de mayo de 2011

Cincuenta y cinco.

Las navidades pasaron, enero también y febrero llegó. Con él, mi vigésimosexto cumpleaños. Lo pasé trabajando, puesto que era jueves, aunque si recibí regalos.
El viernes fui a ver el traje de novia. Ana estaba aquí, así que vino conmigo y con mi madre. Visitamos varias tiendas, pero no fue hasta la cuarta donde vi el vestido perfecto. Me gustaron dos, pero sólo iba a elegir uno. Ana se pasó un buen rato viendo todos los vestidos que había en la tienda. Andaba revoloteando por allí. Parecía una niña pequeña.
Entré en el probador con el vestido que había elegido. Era blanco, de corte princesa y palabra de honor. Cuando salí, a mi madre se le escapó unas lágrimas. Ana sonrió y me dijo que me sentaba genial ese vestido:
-¡Ay, hija!. Pareces una princesa.
-Y eso que todavía no está vestida del todo. Verás que bonita va a ir el diez de julio, Mariola.
-No digaís tonterías. No parezco nada de eso.
-Eso lo dices ahora, pero cuando llegue el gran día, ya nos dirás que tenemos razón.- dijo Ana aún sonriendo.
Me miré al espejo de la tienda. Tampoco estaba mal, pero de ahí a que me dijeran que parecía una princesa...
Imaginé la cara de Daniel cuando me viera llegar al altar. Sonreí. Seguro que le iba a gustar.
-¿Mary?. Danny te está llamando al móvil- dijo Ana devolviendome a la realidad.
-¿Qué?...¡ Ah!- contesté y cogí el móvil que mi amiga tenía en su mano.-Dime, ¿pasa algo?.
-No, nada. ¿Qué tal?.
-Aquí probando...- Ana empezó a negar con la cabeza para que no le dijese la verdad sobre lo que estaba haciendo.
-¿Probando?- preguntó mi novio extrañado.
-Probando unas galletas que mi madre a hecho- dije.
Vi como mi madre y mi amiga empezaron a reirse.
-¡Ah!. Bueno yo te llamaba para confirmarte que ya te he enviado por correo electronico los nombres que faltaban para la lista de invitados.
-De acuerdo.- mi novio y yo llevabamos casi cuatro meses con eso. Había gente que no sabía si podía o no venir a la boda. Esperaba ya poder cerrar la lista.
-Mary,te tengo que ir dejando, que tengo que terminar el episodio de la serie, ¿vale?.
-Claro, besos.
-Besos- respondió y colgó.
-¿Probando galletas?- preguntó Ana aguantandose las ganas de reirse.
-¿Qué quieres que le dijese si tú estabas negando con la cabeza?
-No discutaís, chicas. ¿Te quedas con este vestido, hija?
-Si, mamá- dije y fue a por la dependienta para que arreglara algunos detalles de mi vestido.
Me sumergí en mis pensamientos mientras la dependienta ponía alfileres por casi todo mi vestido. Si alguno me pinchó, no me di cuenta. Mamá me sacó de mi mundo cuando la muchacha terminó. Fui al probador a quitarme el vestido y a ponerme mi ropa. Salí y dejé el vestido a la dependienta. Después, Ana, mamá y yo fuimos a tomar café.
-¡Estoy deseando ver la cara de Daniel cuando te vea!- exclamó mi amiga bebiendo su batido de vainilla.
-Seguro que se le caerá la baba como a un bebé- dijo mi madre con una sonrisa.
-A lo mejor sale corriendo de la iglesia- bromeé.
-¡Mira que eres mal pensada, Mary!. A mi eso no me lo haría Michael- dijo Ana.
Puse los ojos en blanco. Cada vez que mi amiga hablaba de su novio, se ponía en ese plan. Me recordaba a cuando empecé con Daniel.
Cuando llegué a casa, cené, me duché y me fui a dormir. No pude quitarme, en toda la noche, la imagen de Daniel esperandome en el altar. Incluso soñé con eso. Aún seguía sin creerme que estubiese a poco más de cinco meses de casarme con él.
Esto parecía algo increible.
Todo lo que estaba pasando, era tal y como siempre lo había soñado.

lunes, 9 de mayo de 2011

Cincuenta y cuatro.

El primer día de clase fue una completa locura. No empecé a dar clases hasta el día siguiente, pero en cuanto crucé las puertas de la primera clase, todos mis alumnos me miraron muy sorprendidos. No sabía si era porque era muy joven para ser tutora (ese año era tutora de la clase de tercero de secundaría) o porque tenían una profesora con un novio famoso. Yo me dediqué a explicar como iba a transcurrir el año hasta que un alunmo me preguntó:
-Profesora, ¿es verdad que usted hizo una película con Daniel Smith?
Sonreí. No me iba a enfadar por aquello.
Ahora no.
-Si, pero de eso hace unos siete años.
-¡Que suerte!. A mí me encanta ese actor- exclamó otra alumna.
-¿Fue emocionante conocerlo, profesora?- preguntó una alumna emocionada.
-Si, por esos entonces sentía lo mismo que muchas de vosotras sentís por él. Cuando mi tío me lo presentó, no me lo creía. Siempre había soñado con conocerlo.
Me di cuenta que otras alumnas, tenían la mano levantada.
-Dime, Clara.
-Profesora, ¿nos podía conseguir un autografo suyo?
-¡Claro!, si sois unos buenos estudiantes...
Todos reímos.
No podía negarme a nada que tuviera que ver con Daniel. Cuando viniese, podía pedirle varios autografos para mis alumnos. Lo más seguro era que no se negara. Nunca hacía eso cuando yo le pedía algo. Era un chico muy bueno.

A finales de octubre recibí la noticia que Daniel iba a venir. Yo estaba bastante atareada con las clases y los preparativos de la boda. Ya tenía la iglesia y la fecha confirmada, aunque esta última podía variar por la agenda profesional de Daniel.
Mi novio vino un jueves, por lo que el viernes se me ocurrió una idea que a mis alumnos les iban a encantar. En la última hora de clases, les daría una sorpresa: conocerían a Daniel.
El viernes llegué a clase con una amplia sonrisa. Mis alumnos me miraban incredulos. No les dije nada sobre la sorpresa hasta la última hora de clases. Cuando entré en el aula, a última hora, dije:
-Chicos, hoy os tengo una buena noticia. Durante lo que llevamos de curso, os habeís portado bien y estaís sacando muy buenas notas. Así que os mereceís un pequeño premio. Os he traído una sorpresa.
Todos se miraron sorprendidos. No dije nada más y me dirigí hacía la puerta de la clase. La abrí e hice un gesto para que alguien entrase. Cuando Daniel entró en el aula, mis alumnos no daban crédito a lo que veían.
-Hola- salufó Daniel en un perfecto español.
Se escuchó un timído "Hola" de parte de mis alumnos. No se podían creer que un actor famoso estuviese allí.
-A ver, ¿quién quiere preguntarle algo a Daniel?- les pregunté a todos.
Algunas chicas levantaron la mano , unas estaban sonrojadas y otras, con una amplia sonrisa. Yo sabía a la perfección como se sentían, pues yo me había sentido así la primera vez que lo vi en persona.
Después de que algunos se animaran a preguntar, lo hicieron casi todos los alumnos. Daniel se mostró muy simpático con todos, contestandoles a sus preguntas y firmandoles autografos. Hice varias fotos, que seguro que a mis alumnas les gustaría.
Aquella fue la mejor clase de lo que llevabamos de curso. Cuando Daniel se marchó, todos se despidieron de él como si fuera otro chico más, como si fuera un amigo. Luego, me dieron las gracias. Un alumno me dijo que les habían encantado la sorpresa. Contesté que sólo era un premio por su buen comportamiento.
Al salir de clase, me dirigí hacía mi casa. Allí me esperaban mis padres, mi hermano y mi novio. Teníamos que preparar algunas cosas sobre la boda y tenía que ser con Daniel.
Yo seguía feliz, pues la reacción de mis alumnos, fue tal y como me la esperaba.

jueves, 5 de mayo de 2011

Cincuenta y tres.

Cuando Ana se enteró que me iba a casar con Daniel, inmediatamente me pidió ser mi dama de honor. Eso estaba hecho, puesto que aquello lo tenía previsto incluso antes de conocer a mi novio.
Daniel me preguntó que si me gustaría que nos casasemos en España. Le respondí que me daba igual, pero él insistió en hacerlo allí. Al final me convenció y, pensandolo bien, si prefería casarme en mi tierra, pues toda mi familia, salvo tía Carolina, tío Richard y sus hijos, vivían allí. Yo debía regresar, ya que las clases estaban a punto de empezar y debía de incorporarme al trabajo. Eso entristeció a Daniel un poco, pero comprendió que tenía que seguir con mi trabajo, lo mismo que él hacia lo propio con el suyo. En este momento estaba rodando una película, así que estaría un tiempo ocupado. Serían unos cinco meses de rodaje, por lo que Daniel estaría bien atareado.
A mí también me daba mucha pena irme, pues no quería dejar Londres de nuevo, pero ahora tenía un motivo bueno para irme: tenía que empezar los preparativos de mi boda. Ana dijo que me ayudaría en todo lo que pudiese mientras no estubiese trabajando. Tía Carolina dijo lo mismo.
Cuando mi amiga empezó a decir todo lo que tenía que preparar, me iba a dar algo.
-¡Calla ya!. Mira que llamo a Daniel y le digo que paso de casarme- le contesté a Ana cuando empezó a decirme lo que tenía que preparar para mi boda.
Había venido a casa, ya que al día siguiente no podía, porque tenía cosas que hacer. Así que vino a despedirse de mí antes de mi vuelta a España.
-No te asustes, Mary. Es normal que te pongas así. Yo no quiero ni imaginar como me pondría en tu situación. Me parece que ni me casaría- dijo y empezó a reírse.
-Yo no le veo la gracia, Ana- le dije con el entrecejo fruncido y cruzandome de brazos.
-Cuando estés en el altar junto a Dan, verás como todo esto se te olvida. Será el mejor día de tu vida.
Consiguió sacarme una sonrisa.
-¡Ay, amiga!. Sólo de pensar lo que me viene encima, me pongo muy nerviosa.
-Ya te lo he dicho, cuando llegue ese día, todo será historia.
-Espero que tengas razón- dije suspirando.
Eso era lo único que esperaba, que todo saliera bien. No me apetecía que algo saliera mal.
Ana se marchó y yo empecé a cenar. Poco después, me fui a dormir. El día siguiente, sería un poco triste.
Cuando Daniel vino a despedirse de mí al aeropuerto, me dijo que muy pronto viajaría a España. También dijo que le mantuviera al tanto de todos los preparativos de nuestra boda. Me besó y nos despedimos.
Subí al avión con la esperanza de que ese mometo no tardase mucho en llegar.

miércoles, 4 de mayo de 2011

Cincuenta y dos.

Yo seguía llorando y Daniel me mantenía abrazada. No podía dejar de decirle que me perdonase, que nunca lo volvería hacer, que me sentía muy mal.
-Ya está, Mary. No te preocupes por nada. Todo se ha solucionado. Venga, no llores más. Ya sabes que no me gusta verte así.
-Yo no quería hacerte daño, Daniel. Yo... yo te quiero más que a nada en este mundo. Perdoname- le dije entre sollozos.
-Lo sé, lo sé, pero ya te he dicho que no hay nada que perdonarte- contestó secandome las lágrimas con la mano.
-Lo siento, de verdad.
-¡Deja ya de lamentarte, Mary!- exclamó y yo me quedé mirandolo fijamente- Eres lo que más quiero en este mundo y si no te he olvidado en esto seis años, es por que no he podido. Y ahora, si me lo permites, te preguntaré algo.
Yo asentí, pues no podía hablar.
Daniel se puso de rodillas y buscó algo en los bolsillos de su pantalón. Sacó algo pequeño, que quedó oculto por su mano.
-Mary, ¿quieres casarte conmigo?- preguntó y abrió la mano. En ella tenía un precioso anillo plateado con un pequeño diamante.
Me quedé del todo sin palabras. No me podía esperar aquello. Miré a Daniel y al anillo varias veces durante un minuto, antes de contestar:
-Si, claro que quiero.
No dijo nada, simplemente me besó. Luego, me abrazó.
-Creía que ibas a decir que no. No sabes lo feliz que me siento en este momento.
-Por supuesto, yo me siento igual- dije sonriendo.- Esto es algo que no me esperaba. Soy la chica más feliz del mundo.
Rió.
Me recordó a cuando lo conocí, un chico alegre, feliz y bromista. El mismo Daniel Smith de siempre.

Llegué a casa canturreando. Tía Carolina y tío Richard me miraron extrañados por verme tan contenta. Lo que había pasado hacia un poco más de una hora era algo que no podía ocultar ni tampoco quería hacerlo.
-Tía Carolina, tío Richard, tengo una buena noticia que daros- dije sonriendo.
-¿Qué pasa?, ¿vas a volver hacer cine?- preguntó mi tío.
-No creo que sea eso, Richard- contestó mi tía.
-Entonces...
-¡Me caso! ¡Que me caso con Daniel!- exclamé emocionada.
-¡No!. ¡Ay, que alegría, Mary!- exclamó mi tía.
-¿Cuando a sucedido eso?- preguntó Richard entre sorprendido y feliz.
-Hace algo más de una hora, en un parque- dije sonriendo y enseñando el anillo.
-Tienes que decircelo a tus padres. Tu madre se va a volver loca en cuanto lo sepa y mi hermano, ni te digo.
Yo me reí. Mi tía ya me estaba imaginando en el altar junto a Daniel. Mi tío me lanzó el teléfono inalambrico para que llamase a mis padres. Me temblaban las manos mientras marcaba el número de casa. Fue mi padre quien cogió la llamada e inmediatamente le dije que se pusiera mamá. Al principio, se asustó un poco, pues creía que la llamaba para algo malo. Pero en cuanto le dije el motivo de la llamada, se puso a gritar como una loca, hasta le pasó la llamada de nuevo a papá para dar crédito a lo que le había dicho.
Cuando colgué, mi tía me preguntó qué me habían dicho mis padres y cuando se lo dije, ella me contestó que se imaginaba su reacción.
Me fui a dormir, aunque no creía que pudiera hacerlo, pues la emoción que tenía, me iba a impidir hacerlo. Sentía una alegría inmensa, pero aún me parecía increible que me fuera a casar con Daniel.
Tenía razón al decir que este día fue maravilloso.

Cincuenta y uno.

Los días pasaban y pasaban hasta que agosto llegó. Con él llegó el veintiocho cumpleaños de Daniel. No quiso una gran fiesta, sólo quería estar conmigo. Y eso hicimos.
Estubimos toda la tarde en su casa, solos. Él me dijo que sus padres se habían ido todo el fin de semana. Cenamos y después, estubimos viendo la televisión un rato. Me abracé a él como hacía tiempo que no lo hacía.
-¿Te quedas aquí esta noche?- preguntó besandome.
-No sé... Tengo que avisar en casa- contesté sonriendo.
-Pues hazlo, pero que sepas que sería un buen regalo de cumpleaños...
-Danny...- dije cogiendo mi móvil y marcando el número de mi tía. Cuando cogió la llamada, dije:- Hola, tía. Verás, había pensado pasar la noche en casa de Daniel, si no te importa.
-Claro, hija. Puedes volver cuando quieras, ¿de acuerdo?. Hasta luego. Besos- contestó tía Carolina.
-Gracias, adiós- dije y colgué.
-¿Qué?- preguntó Daniel mientras yo metía el móvil en mi bolso.
-Me quedo, ya tienes tu regalo de cumpleaños- dije sonriendo. Me acerqué a él y lo besé.
-¿Y esto?- preguntó extrañado, pero a la vez feliz.
-Me apetecía hacerlo- sonreí- Pero si no te gusta, no lo vuelvo hacer- añadí haciendome la ofendida.
Él río, pero dijo:
-Claro que si me ha gustado. Puedes hacerlo de nuevo, cuando...
No le dejé terminar la frase. Me incliné y volví a besarlo. Nunca me había atrevido a hacerlo hasta ese momento. Mientras lo besaba, empecé a quitarle la camisa. Él, hizo lo mismo con el chaleco que yo llevaba. Esta vez fui yo quien lo llevó a su dormitorio. Jamas lo había visto así de feliz.
Mientras nuestros cuerpos se unían en sólo uno, me sentí la chica más afortunada del mundo. No podía desear nada más, pero esta vez era de verdad...
-No puedo creer este cambio- dijo Daniel abrazandome.
-Pues creetelo, porque no te vas a librar de mí en toda la vida, Daniel Smith.
-¡Uy, que bien suena eso!- exclamó sonriendo y estrechandome más contra él.
Yo me reí. Estos casi dos meses, estaban siendo mucho mejores que el año que pasé junto a Daniel. Me abracé a él, aún más si podía, y me quedé profundamente dormida.

A finales de agosto, y para ser más concretos, un sábado, ocurrió algo maravilloso.
La prensa ya se había hecho eco de nuestra vuelta. Sin embargo, esta vez no decían nada malo. Aunque debo de reconocer que todo me daba igual, dijesen lo que dijesen. Esta vez, nada ni nadie me iba a separar de Daniel.
Aquel sábado, me levanté, me duché, desayuné y me tiré toda la mañana jugando con Troy. Mi primo era un niño muy juguetón y simpático. Me recordó a Sue cuando era pequeña. Antes del almuerzo, llamé a casa de mis padres para ver como estaban todos.
Daniel llegó a casa de mis tíos a eso de las cuatro de la tarde. Los saludó y nos fuimos. Lo notaba radiante, pero no me podía imaginar el motivo.
Fuimos al cine, a cenar y luego me llevó a un solitario parque. Este lugar tenía un lago y Daniel se sentó a orillas de éste. Yo hice lo mismo y me senté a su lado.
-¿Te gusta este lugar?- preguntó.
-Si, es muy bonito. ¿Por qué hemos venido aquí?.
-Verás, no quiero recordar viejos tiempos y sobre todo los malos, pero debo de hacerlo antes de preguntarte algo.
-Danny, no hace falta que...
-Dejame que lo haga, por favor- dijo dulcemente.
Asentí. No quería volver a verlo triste.
-El día que me dejaste, se me cayó el mundo encima. Al principio creí que lo que dijo Richard sobre que todo se solucionaría pronto, sería verdad. Cuando te fuiste, quise ir a retenerte, pero mi padre me lo impidió. Dejala ir, Daniel. Es mejor que se piense bien lo que quiere hacer, me decía. Conseguí que Ana me diese la dirección de tu casa en España y empecé a escribirte, pero desistí cuando ella me dijo que era mejor que no lo hiciera. Quería llamarte, pero no me atrevía. Estube días y días encerrado en mi habitación sin apenas comer ni dormir. Cuando me recuperé un poco, sólo salía lo necesario. Fingía delante de las cámaras que estaba bien, aunque me estaba muriendo por dentro. El tiempo pasaba y te di por perdida. No sabía nada de ti, sólo lo justo y porque me lo decían tus tíos y Ana. Pero todo cambió cuando tu amiga me dijo que volvías y que querías hablar conmigo. Pensé que aún había una esperanza y, gracias al cielo, que fue así. Ahora me alegro, porque te tengo de nuevo conmigo.
Mientras él hablaba, yo empecé a llorar. No podía creerme que lo hubiese pasado tan mal. Me sentí fatal por haberle hecho tantisímo daño.