lunes, 11 de abril de 2011

Cuarenta y tres.

A las dos semanas de estar en el hospital, me dieron el alta. Tío Richar me sacó de allí en silla de ruedas, pues no podía andar, ya que tenía la pierna derecha escayolada. La prensa estaba a las puertas del hospital. Se agolparon a mi alrededor al verme salir.
-¿Cómo te encuentras?
-¿Es verdad que han detenido a Samantha Rose?
-¿Cuando volveras a actuar?
Tantas preguntas me abrumaban.
-En este momento, Mary no va a contestar a nada- contestó tío Richard ayudándome a subir al coche.
Se subió él también y nos fuimos. Al llegar a casa, Ana me abrazó:
-¡Ay, amiga!. Cuanto te he echado de menos. Ya te lo he dicho un montón de veces durante estos días, pero es que no veas lo mal que lo he pasado.
-Lo sé, amiga, lo sé. Dimelo a mí, que ha sido quien ha sufrido todo- dije en tono algo bromista, pues le quería quitar hierro al asunto. Me volví, con la silla de ruedas, hacía mis tíos- ¿Y mis padres?
-Su vuelo salía temprano. Como salías hoy y ya estás mejor, han regresado a casa. No podían dejar a tu hermano más tiempo solo, aún es muy pequeño.- contestó mi tía.
Era verdad. Lucas apenas tenía dos meses. Incluso, yo le había dicho a mi madre que regresaran a España con mi hermano, pero no querían dejarme sola. Ahora que estaba mejor, si se habían ido. Yo estaría bien cuidada y no me faltaría nada.

Durante los días que tuve la escayola, tanto en la pierna como en el brazo, Daniel estaba casi todo el día en casa. Si antes me trataba bien, ahora mucho mejor.
Me había enterado, por medio de mi tío, que a Samantha la habían encerrado en un centro de menores durante un año y cinco meses por intento de asesinato. Lo peor, según Daniel, era que su carrera como actriz había acabado con total seguridad. Me dio pena, pero ella se lo había ganado.


Septiembre llegó y, por fin, me quitaron las dos escayolas. Me dolía un poco la pierna y el brazo al moverlos, pero al menos podía andar. Ana se puso muy contenta cuando me vio llegar a casa andando. Me dio un gran abrazo.

Los días avanzaban y en las noticias, hablaban casi todos los días sobre Samantha. Decian que podía ser que le rebajasen la condena por buen comportamiento. Otras veces, decian que no.
Al cabo de varios días, recibí una carta amenazandome. Se la di a mi tío, quien se la entregó a nuestro abogado. Éste averiguó que era de Samantha. Eso fue perjudicial para ella, puesto que le subieron la condena un par de meses.
Todo esto me agobiaba. Me sentía mal. Empecé a tener mal humor y lo pagaba con quien menos se lo merecía: Daniel. Me pasaba todo el día malhumorada, no tenía ganas de salir y no aguantaba nada. Todo mi buen caracter había desaparecido. Incluso la nueva aptitup, también lo había hecho. Ana me lo decía.
Las amenazas seguían llegando y mi mal humor, creciendo. Hasta que, un buen día, harta de las amenazas que Samantha me hacía llegar, tomé una decisión: dejar todo esto.
Me dolía hacerlo, pero era lo mejor. Tenía que cortar por lo sano, aunque me doliese demasiado. Iba a dejar esta ciudad, el mundo del cine y lo más importante para mí, a Daniel.
Iba ser demasiado duro hacer todo esto.

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