miércoles, 9 de marzo de 2011

Treinta y uno.

Aburrida en la habitación me pasé toda la tarde hasta la hora que Daniel me había dicho. Fue tal mi aburrimiento, que decidí ducharme de nuevo antes de vestirme. Me llevé un buen rato para ponerme el vestido, los zapatos y para peinarme. Cuando ya estuve preparada, miré el reloj y sólo marcaban las seis y media. Me desplomé en un sillón, pensando en lo lentas que pasaban las manecillas del reloj. Agudicé el oído por si oía la puerta de al lado, la de la habitación de Daniel, pero nada.

A las siete menos diez me puse bien el vestido, me pasé el cepillo por el cabello y decidí bajar al restaurante. Iba pensando en decirle a mi novio que, por lo menos, me podía a ver dicho a dónde iba a ir. De esa manera llegué al restaurante y, ni di cuenta de que Daniel estaba en la puerta, esperándome. Incluso tropecé con él.
-Oye, ¿Qué te pasa? ¿En qué estas pensando que no ves a nadie?- preguntó él cogiéndome por los hombros.
-¡Ay, perdona! Estaba pensando en que quería decirte algo...
-Y no te diste cuenta que yo estaba en la puerta, ¿no?
Vi que sonreía.
-No, no me di cuenta- dije y Daniel me cogió de la mano- ¿Por qué me has citado aquí?
-Bueno... yo... yo quería decirte todo lo que significas para mí y agradecerte que hayas entrado en mi vida. Lo eres todo para mí. Eres mi sueño hecho realidad.
-Daniel, tú también lo eres para mí.- contesté sentándome en la mesa.
Parpadeé varias veces y respiré hondo. Aquello me pareció un dèjá vú .
Me percaté que no había nadie en el restaurante salvo nosotros dos. Volví a mirar a Daniel, que estaba sonriendo.
-¿Por qué no hay nadie aquí?
-He conseguido que cierren el restaurante para nosotros dos.
-¿Y por qué has hecho eso?
-Quiero una noche tranquila contigo sin nadie que nos miren.
Aquello me gustó. Sonreí.
-Estás loco, Danny.
-¿Danny?, ¿Desde cuando Mary Sanz me llama Danny?- dijo con una sonrisa de lo más amplia.
-Desde hoy. Nunca me he atrevido hacerlo, pero hoy si. No sé por qué.
-Me gusta- rió- ¿Quieres cenar ya?
-Claro, entonces, ¿para qué hemos venido?.
Daniel levantó la mano y un camarero trajo la cena. Durante ésta, hablamos de todo. Lo noté mucho más cariñoso que nunca. No sé por qué, pero aquello me gustaba. Terminamos de cenar y salimos del restaurante. Volvió a cogerme de la mano y nos dirigimos al ascensor. Llegamos al piso donde están nuestras habitaciones. Pensé que cada uno se iba a la suya, pero vi que no era así cuando no me soltó la mano al llegar a mi habitación. Entramos en la suya y entonces me soltó.
-¿Qué hacemos aquí?- le pregunté extrañada.
-¿Te molesta estar aquí?
-No, claro que no.- sonreí.
-No te lo he dicho antes, pero hoy estas realmente guapa. Ese vestido es muy bonito.
-Gracias. Tú tampoco estás mal- dije, y era verdad. Iba con unos pantalones negros y una camisa blanca.
Se acercó un poco más a mí, se inclinó y empezó a besarme. No era un beso como los demás, sino más apasionado y dulce. Sus manos rodearon mi cintura y las mías, su cuello.
-Sabes lo mucho que te quiero, ¿verdad?- preguntó mientras seguía besandóme.
-No, no lo sé- mentí.
No respondió, sino que siguió besandóme.
Noté que bajaba la cremallera de mi vestido y un escalofrío recorrió todo mi cuerpo. Mis manos temblaban mientras le quitaba los botones de su camisa. Mi vestido cayó al suelo y su camisa, también. Me quité los zapatos cuando él me cogió en volandas para llevarme a la cama. Me dejó suavemente allí, mientras él se ponía encima. Mis manos recorrían su espalda mientras las suyas recorrían mi cuerpo.
No dejaba de besarme.
Si alguna vez soñé que este momento fuese así, la realidad era mucho mejor. Daniel era todo dulzura.

Cuando desperté, eran las siete de la mañana.
Creí que lo vivido la noche anterior había sido un sueño hasta que me di cuenta que los brazos de Daniel me tenían abrazada.
Sonreí con ganas y suspiré.
En ese momento, se despertó y me miró sonriendo:
-Buenos días, ¿qué tal has dormido?
-Estupendamente. Creo que nunca he dormido mejor, ¿y tú?.
-Lo mismo digo- contestó.
Se levantó de la cama y fue al baño. En cuanto salió, volvió conmigo a la cama.
-¿Cómo se te ocurrió esto?- le pregunté.
-No se me ocurrió, simplemente ha sucedido.
-No sé que pensar- dije poniendo cara de que no me lo creía.
-¡Qué mal pensada eres, Mary!
-¿Yo? Lo único que he dicho ha sido que esto me ha parecido que lo has tramado.
-Ya... Me quieres decir que no te ha gustado ¿no?- dijo en tono ofendido.
-¡Bah! Daniel, estoy bromeando- le dije sonriendo.
-No me lo creo- contestó. Parecía enfadado.
-Danny...- empecé a decir, pero él empezó a reírse a carcajadas.
-¿Te has creido que me he enfadado?- dijo entre carcajadas.
-¡Eres tonto!- exclamé y me volví hacía la derecha.
Él se inclinó, ya sin apenas reirse, y dijo:
-No te enfades. Ya sabes que me gusta hacer bromas.
Suspiré.
-Esto no estaba planeado, ya te lo he dicho. La cena sí, pero esto no. Aunque si te digo la verdad, me alegro de que haya pasado.
Me volví hacía él.
-Yo también me alegro de que haya pasado.
-Entonce, ¿no te arrepientes?
-Contigo no me puedo arrepentir de nada, Daniel.
Me acarició la mejilla y dijo:
-Te quiero.
-Te quiero.
Me besó, cogió el teléfono y pidió el desayuno.
Mientras me vestía y Daniel se duchaba antes de que viniese el desayuno, no pude dejar de pensar que aquella noche fue inolvidable.

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