lunes, 25 de julio de 2011

Sesenta y cuatro

Cuando Daniel se enteró de la noticia del sexo de nuestro bebé, no tardó en llamar a sus padres.
-¿Y qué nombre le vamos a poner? Porque yo creía que iba a ser niña.
-No sé. A mi siempre me ha gustado David...
Se quedó callado durante unos minutos hasta que dijo:
-Alan. ¿Te gusta? No me parece mal nombre.
Lo miré mientras se metía en la cama y le contesté:
-Me gusta. Daniel Alan Smith. Suena bien.
Me miró extrañado:
-¿Por qué Daniel?
-Porque eres su padre y me gusta tu nombre.
Sonrió y yo reí.
-Pero con una condición.
-La que quieras.
-Que mi hijo nazca en España.
-Por supuesto, señora Smith- contestó y me besó.
Se volvió hacia la derecha para dormir. Yo cerré los ojos y me dormí.
Ana empezó a decir que nos complicamos eligiendo nombres. La mandé a tomar aire. Estaba con ella en una tienda para bebés y yo me encontraba viendo cunas. Ana llegó con un precioso carrito entre las manos y me preguntó que si me gustaba. Le dije que si y me contestó que me lo regalaba. Antes de poder abrir la boca, ya lo había comprado. Mi amiga era un imposible.

Daniel no quería que viese la habitación del bebé hasta que no
nos fueramos. Así que, el día antes de nuestro viaje a España, por fin me la dejó ver.
Era preciosa. Estaba pintada de azul y tenía dibujos en las paredes. Una gran cuna blanca en el centro. También había estanterías con peluches y una mecedora. Incluso, el armario estaba repleto de ropa. Sin dudas, era la mejor habitación de bebé del mundo.

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